viernes, 6 de julio de 2012

Será por eso, porque los dos llegaron al lugar cargados con su historia, porque los dos llegaron al beso con el mismo hermetismo, encerrándolo adentro de la piel.
No se entregaron.
Hubo un intento, apenas un intento.
Un barco que quiso llegar a puerto pero se dejó arrastrar corriente afuera, hacia cualquier tormenta, o hacia la misma tormenta de siempre.
Ella llevaba en sí largas caminatas por mañanas de sol, desolados cansancios de tardes amarillas, el oído alerta para la llamada del despertador, la mano preparada para sacar el boleto del tren del bolsillo interior de la cartera, la lengua fría por un helado de frutilla saboreado sin prisa.
El llevaba pegado a sus talones el polvo  de las mismas baldosas andadas y desandadas varias veces al día un aplazo en un examen de la Facultad, cinco novias distintas y repetidas hasta el aburrimiento, las ganas de no haber devuelto, aquella vez, la billetera que encontró en la calle.
Y además llevaban otras cosas.
Ropas que fueron usadas y después regaladas.
Canciones de moda que se les pegaron y canturrearon bajo la ducha, quizás las mismas canciones a un mismo tiempo pero en lugares diferentes.
Tal vez alguna tristeza inmensa en una misma noche, pero bajo techos distintos.
Lo sabían todo el uno del otro.
¿Qué puede haber de misterioso en la vida de una persona?
Y, sin embargo, no sabían nada, porque ignoraban nombres y fechas y lugares donde habían pasado los veranos.
Hubieran tenido que contarse todo.
Hubieran tenido que hacer una larga lista de cosas, de sorpresas, de lágrimas, de sonrisas, de sobresaltos, agonías, desencantos, temores, de películas y libros y poemas sabidos de memoria, de casualidades, descubrimientos, de aceptación y de rechazo.
Hubieran tenido que pronunciar cientos de miles de palabras que fueran descascarando la soledad hasta dejar el cuerpo preparado para la entrega, para la confianza.
Hubieran tenido que atreverse a jugar una carta, el todo por el todo, quitarse la máscara, esconder la reverencia, decir la verdad, sea cual fuere, mostrar las lastimaduras, las arrugas, las vetas de oro, ñas napas de barro.
Pero no se animaron.
Les faltó valor.
Ellos dijeron que les faltó tiempo. Pero les faltó valor.
Estaban engolosinados con su propia tristeza, estaban prisioneros bajo el caparazón de la comodidad, no querían tomarse el trabajo de quitarse los siete velos y ver la desnudez de la felicidad... porque temían  que después del séptimo velo apareciera de nuevo la soledad, la terrible, la zorra, la despiadada.
Y entonces caminaron juntos unos pasos.
Y entonces se estrecharon fuerte, se besaron, cerrando los ojos porque cada uno quería mirarse a sí mismo, nada más que a sí mismo y no al otro.
Estuvieron acariciando el límite, lo exterior, la impenetrable puerta, la puerta con cien cerrojos; y ninguno de los dos quiso buscar las llaves, ninguno de los dos quiso empezar a abrir, ninguno de los dos quiso saber qué había en realidad detrás de la puerta que los separaba.
Por eso fracasó el encuentro. Porque cada uno fue a encontrarse con sigo mismo.
Porque cada uno fue a alimentar con llanto su propia soledad.
Porque cada uno llevó su distancia y la puso en el medio.
Y a pesar de los besos, y a pesar de la parodia del intento, y a pesar de ser un hombre y una mujer llenos de posibilidades dijeron adiós y lloraron, pensando que lloraban por decirse adiós, pero sabiendo que cada uno lloraba por sus viejos dolores, otros adioses, por otros intentos y borrar las distancias que los separarían de ellos y de los otros que quisieran, alguna vez acercarse a ellos.


-Las distancias
"Cuentos para leer sin rimmel" - De: Poldy Bird
Era un beso lleno de amor pero que a la vez era gobernado por el miedo y la inseguridad. Podía sentirlo. Claramente. Era lento, lleno de pasión, lleno de fuego, lleno de temor. Se sentía como si estuvieras en un castillo hermoso, pero encerrada en la torre mas alta mirando por una ventana sin vidrio las praderas verdes y el horizonte interminable bañado en rayos de sol, mientras eras golpeada por el viento del miedo, el viento de la inseguridad que atravesaban esa estrecha ventana de piedra que te hacia sentir un poquito libre. Pero allá arriba existía el cielo, que era el cielo azul de la pasión que aunque no podía controlar el viento podía mirarte y hacerte sentir viva, libre, llena, pura. Querías comerle la boca, algo te frenaba, no sabias que era. 
Era la inseguridad y el miedo de dejarte llevar por tus instintos, dejarte llevar, tal vez, por tu amor.


"Mi primer beso lo di en mis sueños."
-De: yo misma.