martes, 23 de julio de 2013

No sé si serán las penas del mundo, pero llora. Puede que llore porque se encuentra buscándolo y cada vez al sonar, entre la agilidad de sus dedos, renace la agonía de verlo, de que se le acerque y le hable de su vida, de que aparezca entre la multitud y le pida que toque para él, de que le ruegue que no se separen, que la acompañe a su casa y hagan el amor sabiendo que son el uno para el otro.
Pero ahora sus dedos fríos y blancos lo buscan entre la música. Toca para él, no le importa donde está, pero sabe que las notas volarán como mariposas y encontraran la manera de hacerle saber que ella lo espera allí, sentada, tocando.
Sus manos de mármol, sus ojos tierra, grandes y curiosos, no saben del amor. Cortó sus cabellos, se desterró de ella misma. No puede evitar llorar.
Llora al imaginar, al inspirarse, al amar, al esperar verlo.
Toca para él. Por él.
No sabe de leyes, ni de como hacer el amor, no sabe acerca de besar, ni de vestidos, ni de economía. No entiende el mundo. Se ve alejada, siente que mira todo desde el cielo. Flota. Pero, eso sí, sabe de amar, de tristezas y de lágrimas frías y grises. Sabe lo que lo aflige. Sabe como desnudar a alguien de miedos de una sola mirada, un solo parpadeo mortífero.
Tiene un nudo en la garganta, una piedra, pero sigue.
Camina sola hasta encontrarlo. Le lastima un poco que nadie la entienda.