lunes, 9 de septiembre de 2013

Rojos ojos.


































Allí, en los fríos azulejos de la vida,
hay un pozo, un volcán.
Hay algo esperando por ti, por mi, por todos.
Ajenos a la realidad son tus ojos, tus rojos ojos.

Aquella mirada despreciadora busca carne,
busca sexo, busca roña.
Busca roña consumida en fantasía y fármacos.

Y las sabanas siguen frías,
frías por donde mires.
Dedos y labios morados, piel descubierta, cabello mortífero.

La muerte llegará en vida
para aquellos que no saben hablar.
Y yo seguiré cantando hasta encontrar sentido.
Un volcán, un libro, una guitarra,
allí, donde estan tus rojos ojos.

Inmundo lo falso y la mentira,
inmundo egoísmo y aquello que dicen.
Inmundo odio que siento sin sentido.
Allí, en tus ojos.
Tus bellos rojos ojos.

Porque no sé hablar de otra manera sobre esta presencia.
Pequeña sangre emanada del volcán de entre mis dos interferencias,
que caminan, que aman, que entienden, que golpean.
 Sangre blanca, de la vida, pequeña sangre
de tus rojos ojos.

Y el sol que me golpea la cara,
honorable gladiador del cielo,
quiere hacerme salir.
Saldré a golpes, a gritos y a risas
porque no sé  salir de otra manera.
Es una hoja que se mueve, danzante de la melodía viento.
De tus rojos ojos.

Montaña y transparencia negra,
con sentido nada.
Nada hacedora de favores y promesas rotas,
esa encantadora de todos nosotros.
No sé nada de nacimientos y fecundación,
pero sí de la nada de tus rojos ojos.

Rojos ojos magos de astillas.
Fuego y agua hirviendo entre y por mis venas.
Y qué importa si me ven y me descubren,
ese hueco en mi mente, cuerpo y corazón.
Aquel hueco que no distingo en el tiempo.

Frutos de las rosas que nadie conoce
porque cortan sin piedad ni memoria,
como los pensamientos que inspiran y traen hijos.
Parezco muerta pero solo duermo sobre mi tumba,
por tus rojos ojos que nacen todos los días.

Creyente de las hiervas, religiosa de las nubes,
mente masoquista.
O eso creo.
En busca de compañía que encontré desde que nací.
Allí, en ese volcán burbujeante.

No existe tejido que no pueda ser roto,
a pedazos, a retazos, a cortes.
Rechinan los pétalos de tus dos ojos,
tus dos rojos ojos.
Aquel cielo verde,
bañado en atardeceres,
aquellas caricias huérfanas.
Pasos en la tiniebla, pasos falsos.